Javier también era de las afueras de Madrid, qué suerte la mía. Hablé con él la primera vez que me descargué Tinder, pero algo no funcionó entre nosotros. Decidió rescatarme meses después.
Aun así, insistió en quedar conmigo no sabemos por qué, y como ya aprendí de mi rural cita dos, la mejor idea para un foráneo es recogerlo en la estación de Atocha, cual madre que espera a un hijo con el sándwich de nocilla de dos pisos con los bordes cortados, tras una excursión escolar. No le llevé al Brillante porque definitivamente he vetado ese antro de mi vida y les he machacado en Tripadvisor.
Antes de quedar me avisó un trillón de veces de que tenía una enfermedad ocular que le hacía tener los ojos ensangrentados, y de que tenía el pelo larguísimo. Así que ahí estaba yo, preparada para quedar con una especie de Jesucristo en la cruz al borde de la muerte un viernes santo. Luego resultó ser una persona físicamente normal con los ojos un poco rojos. Me contó la historia de su enfermedad e incluso me hizo buscar ojos sangrantes en Google, pero mi mente solo quiso escuchar «me acabo de operar de cataratas». Como Cristo en la cruz, pero con 66 años más.
Javier se dedica a ser nini. Algunas mañanas va a cursos de fotografía en su pueblo y algunas tardes a clase de algún idioma que no recuerdo. Vamos, un nini. Tiene tanto tiempo libre que lo rellena quedando con mujeres de Tinder, ya como rutina. Le da igual la chica, le da igual dónde, le dan igual sus amigos y familia, le da igual la vida. Como le daba igual todo le envié mi blog para que supiera que iba a ser juzgado como los anteriores seis hombres de las hasta ahora #21citasdeTinder. Le dio igual. Antes de publicar esto, con toda amabilidad pregunté a Javier si tenía alguna petición, algo de lo que no quisiera que hablara, algo que quisiera aclarar. Solo me pidió que no le eligiera de nombre ficticio Javier.
Por Tinder, Javier me dijo varias veces que me odiaba, todas sin venir a cuento, porque yo soy una chica majísima, casi más maja por Tinder que en RealLifeTM. No entiendo por qué le daban intensas intensidades intensamente repentinas. Hubo un momento en que acabó amenazándome “o me das tu número o te cancelo la compatibilidad”. A veces, para darle igual todo, era bastante vehemente. Me pareció una amenaza tan patética y tierna que se lo di de toda la penuca que me dio. Luego, ya en whatsapp, me bloqueó y desbloqueó mil veces, como si fuera yo un Piqué sobrándose con Arbeloa. No entendía nada, pero en realidad me daba todísimo igual, casi tanto como a él. Le dije que a mí él no me importaba lo suficiente como para gastar mi energía en molestarme, y no se lo tomó muy bien. Pasaba de la indiferencia al fervor sin parar en el camino a descansar.
Parecido real con sus fotos de Tinder: Bastante, si le teñimos de rojo esos ojos. En la primera foto sale tocando gatitos, como tantos y tantos hombres de Tinder intentando rascar votos. Me confesó que había follado gracias a esos gatos. No quise indagar en esa historia.
Parecido real con su descripción de Tinder: Dos emojis: un avión y un planeta Tierra. Pues ok.
Pros:
- Estaba encantado de contarme sus movidas, y yo las escuchaba todas porque así no tengo que hablar, lo que me facilita la fotosíntesis. Empezó mintiendo pero terminó soltando todas y cada una de las verdades de su vida. Y yo no tuve ni que abrir la boca. Debo tener cara de confesora leal. De hecho, he pensado en descargarme confesor-go para que más gente me cuente sus penas. Pero siendo yo sacerdotisa, no clienta.
- Se parecía muchísimo a un amigo de mi tierna adolescencia caracterizado por ser optimista, feliz y buena persona. A saber qué clase de explosión habría sucedido en el alma de mi pobre amigo si le llego a presentar a su gemelo semimalvado.
- Le incluí en mi friend zone desde el minuto uno. Igual también por culpa de mi amigo de la infancia, su gemelo benigno. Y esto es un pro porque he ganado un amigo para siempre. ¿A que sí, Javier?
Contras:
- Después de pasar de todo resultaba estar realmente afectado porque la chica de Tinder de la semana anterior había sudado de él. Tan afectado estaba que me leyó sus conversaciones con ella como si fuera yo un hombro en el que buscar consuelo. Yo miraba al techo compadeciendo mucho a mi predecesora. Creo que mejor no me descargo confesor-go.
- Intentó demostrarme continuamente que es una mala persona, pero no coló.
- Va del rey de Tinder, pero no coló.
Silencios incómodos: Pssst. En cambio, lo que sí viví muy incómoda fue cuando casi llora al pensar en ancianos llorando. Juro que casi se le escapa una lagrimilla a cuento de nada.
Atuendo: Llevaba una camiseta bonita, y se lo dije. “Es de Primark”. Al instante dudé de mis gustos. En los pies llevaba las mismas botas con crampones que el de la cita dos. Me pregunto si los que viven fuera del centro necesitan botas del alpinismo más extremo para acceder a la capital.
Remordimientos por emplearle para mi estudio sociológico: Bah, ninguno, iba avisado y no le importó. O eso parecía.
Parecido con cualquier hombre de fuera de Tinder: No sé, ¿eh? Empiezo a dudar que no tenga algún tipo de tara… Javier, ¿te pareces al resto de la población masculina? Contéstame tú, que te conoces mejor.
Semanas después de nuestra cita se picó porque publiqué la cita cinco antes que la suya.
No sé si quedar con hombres de Tinder me está aportando algo más que estrés por tener que escribir periódicamente en este intento de blog. ¡Oh venerado señor, ilumíname el camino!
PD. Pérez Reverte, qué asco me das.